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viernes, 12 de agosto de 2011

UNA LUZ PARA APAGAR EL MIEDO

Ya les he comentado que el miedo me acompaña y lo identifico, no le he podido ganar, pero sí puedo hablar de él. Yo puedo seguir la huella de mis miedos infantiles y ver como si fuera una película todo lo que arrastro desde ellos. Tengo muy claro que aún hoy me acompaña un miedo irracional a la oscuridad, que puedo dominar, no me paraliza, pero sí me asusta.

Cuando debo estar sola en espacios oscuros no puedo evitar recordar lo que sentía cuando siendo niña me tocaba ir al segundo piso de la casa; ocurría por alguna solicitud de mi madre o una necesidad mía, debía subir a una de las habitaciones pero la iluminación no estaba garantizada, al llegar arriba era seguro encontrar el pasillo que comunicaba los tres cuartos sin más luz que la que emanaba de la escalera, casi nunca había un bombillo instalado en esa zona, no podía hacer un uso rápido de él, ¡no podía encender la luz!. El espacio que debía recorrer entre el último escalón y el siguiente espacio oscuro, el cuarto y el baño que compartía con mi hermana o el cuarto de estudio o el cuarto de mi padre y mi madre, podría ser de solo unos cuantos centímetros, o un poco más de un metro, hasta el baño parecía sólo un salto, pero sin luz era como saltar al abismo.

He pensado mucho sobre lo que temía, lo que en ese entonces creía que podía ocurrirme es que una gran energía que yo sentía sobre mi espalda podría hacer algo contra mí. Ya se los mencioné antes, lo que creemos mientras somos niñas y niños es verdadero, no importa qué tan errónea sea la idea, la convertimos en una realidad disfrutada o temida, ¿acaso quien no creyó tener los super poderes de los héroes del momento?, así mismo yo creía que lo que temía podía realizarse. Casi que pude ver lo que creía, fue tan vívido que a veces, muchas más de las que en realidad me gustaría, siento detrás de mí esa misma energía que puede hacerme algo que temo.


Siendo justa también me recuerdo enfrentándolo, con mucho miedo disfrazado de valor podía saltar hacia atrás y volver mi cara hasta donde estaba mi espalda para “atrapar” a mi victimario, pero jamás pude verlo, sólo lo sentía, era denso y pesado pero no tenía un rostro reconocible, por eso tenía mil rostros imaginados.

Ahora, como entonces, el peor momento es al devolverme, cuando voy en la noche fuera de mi habitación a cualquier lugar de la casa el sitio oscuro me queda de frente, y más temprano que tarde podré iluminar el espacio, pero de regreso tengo que apagar la luz y dar la espalda y es ahí cuando me encuentro en el mismo sitio y en el mismo momento: en mi casa de la calle real, en el segundo piso, atrapada por el pánico que ocasionaba una sensación tan agobiante que ahora solo puedo solucionar rápidamente si tengo la certeza de que mi “luz negra” me espera despierto para apagar mi miedo.

Ahora que lo pienso... una que también creció en esa casa usa una lamparita para dormir, a menos que la acompañe su “luz blanca”.