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miércoles, 23 de noviembre de 2011

LA ALFOMBRA ROJA Y EL TEATRINO

La alfombra era roja, muy oscura, no sé bien si su color original era tan opaco,  creo que había aguantado demasiados zapaticos y pequeños cuerpos inquietos, estaba repleta de sucio, afortunadamente en esa época aún no se hablaba de alergia a los ácaros, no habríamos podido estudiar en el pre-escolar mis compañeros y yo, y un motón adicional de niños y niñas antes  y después de mi grupo, allí sólo había mucho polvo y una alfombra tan vieja que ya los “pelos” no se levantaban, era una cosa pegajosa formada de la tierra de los zapatos, las bebidas y comidas de muchas mañanas y el polvo nuestro de cada día. Allí pasé cada mañana de mi vida durante los tres años de mi etapa pre-escolar.

El otro  escenario estaba compuesto por unas mesas con cuatro sillas de tamaño adecuado a nuestras edades, de madera, pintadas con vinilo de agua de color azul y verde, algunas tenían un dibujo infantil en el espaldar, en estas mesas trabajábamos seriamente en nuestra estimulación. Eran pájaros de colores para contar en un ábaco trasladándolos de un extremo al otro y de vuelta; pequeños palos de madera para apilar como si fuera un armo-todo sin ensambles, me encantaban las tablas con “ojos” para pasarle, a manera de una costura, una fibra plástica; en una hoja de papel blanco aparecían mágicas figuras brotadas del caucho de los sellos de la profe, debíamos llenarlas de color, me gustaban mucho las acuarelas y las crayolas; recuerdo los rompecabezas didácticos para enseñar la figura humana; es la estimulación que me tocó vivir, no había ergonomía en su diseño, había didáctica, era buena, no sé si suficiente, pero divertida.

Recuerdo muy bien a mi profesora Ayda acudiendo a su infalible remedio contra casi todo: con voz muy enérgica, y una sonrisa obligo-amable, entonando, al tiempo que movía rítmicamente sus manos en distintas direcciones como si hiciera ejercicios de estiramiento, ánimo niños, afuera pereza, que trabajando con atención, pronto seremos niños juiciosos, para ser siempre niños de honor… ¡era mágico!, en fracciones de segundos hacíamos sólo lo que ella ya había sugerido… repetir el estribillo, y por supuesto el ejercicio de brazos, ¡qué entrenamiento!, el condicionamiento funcionaba  a las mil maravillas, luego de esto éramos un grupo más dócil, no por mucho tiempo, pero ya podía entonces la profesora dar una instrucción, o trasladarnos a otro sitio, o cambiar de actividad. Lo mejor del entrenamiento era el “dedito en la boca”, una especie de sello inquebrantable para evitar los molestos ruidos de  un grupo de niños y niñas alegres y activos. Eran sus mejores armas para la disciplina, seguro no faltaba quien mereciera otro dispositivo de control más aversivo, ir a la rectoría, llamada a los padres, o quién sabe qué más.

En realidad fueron días de gloria, en el colegio había una matica de “bonche”- cayenas – a las que les sacábamos el interior del pistilo para extraer un pequeño apéndice interior pegajoso que nos colocábamos en la punta de la nariz como si esta creciera cual “pinochos”; las plantas de coral (no conozco su nombre internacional), tienen un pistilo dulce, era un manjar para aves, mariposas, niñas y niños, puro néctar de las flores al alcance de “mariposas” con alas recién estrenadas en el campo de entrenamiento; la hierba que tiene una flor llena de pequeñas puyas (yo las conozco como cadillos), que se adhieren al tejido fibroso de las medias eran una gran diversión. Aparte de las flores teníamos un pequeño parque de diversiones, sube y baja, columpios, tobogán de tierra, era una maravilla. Teníamos un patio espacioso y el recreo era una gran oportunidad para correr y disfrutar, no nos dejaban mezclar con los cursos de mayor edad, así que era todo manejable en la lógica del juego, la pelea y la correspondiente queja con la profesora.

Sin lugar a dudas y con todos los honores lo mejor era el teatrino, mi imaginación gigante, como pequeño era mi cuerpo, me permitía tener un rato de gozo sin igual, debo decir sin pudor que para disfrutar de estas historias debíamos pasar por una semana de juicio, y ese día en particular, una jornada de trabajo responsable en las sillitas de la estimulación, una buena entonada del estribillo, con el ejercicio correspondiente, y finalmente, mientras la profesora se ocupaba de armar el teatrino, un contundente y aplomado “dedito en la boca”. Cuando la historia comenzaba su desarrollo ya no era necesaria otra estrategia para lograr nuestra atención.

Gracias Ayda, no sé si mi motricidad es mejor o peor por ti, pero sí tengo claro que mis recuerdos son fantásticos contigo.

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