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domingo, 18 de septiembre de 2011

DE LA MUERTE

Nunca fui buena con la química, no podía entender cómo era eso de los elementos, siempre me preguntaba, ¿dónde se encuentran, cómo son, que aspecto tienen, para que sirven?, creo que sobre todo me preguntaba para qué me servían a mí, la verdad no hallé esa respuesta en mi esmerado profesor. Es que mi pensamiento concreto no me permitía imaginar cómo era eso que no veía, y el acto de fe que me pedía el profe no era fácil para mí (debe ser por eso que dejé de mirar al cielo cuando rezo). Mi nota siempre estuvo en el límite en química, creo que me tocó hacer un examen de habilitación un año antes de terminar el colegio.

Con la física y las matemáticas no me iba mal, pero porque las fórmulas eran más fáciles de aprender, con la memoria podía sacar buenas notas, pero no entendí nada que perdurara hasta hoy, todo lo que aprendí para las evaluaciones lo olvidé tan pronto dejé de usar esos datos.

Con biología estuvo bien, no era complejo, tan solo no me fascinaba, pero al llegar a la universidad se me puso la cosa color de hormiga, aún recuerdo a la profesora, parecía la protagonista de una película de los años 50, y estábamos en los 80, ella estaba congelada en el tiempo, y no me transmitía, yo no sentía el vínculo con ella, ese que aún hoy considero necesario para aprender, y no aprendí, la nota obtenida al final del semestre fue la mínima, no obstante lo logré, no la vi nunca más.

 En la universidad debía estudiar asignaturas de la anatomía y fisiología de los procesos mentales y psicológicos, eso fue un verdadero tormento, lo más difícil fue el contacto con órganos inertes de seres ya idos de este mundo, con un fuerte olor a formol, que viene a parecerse al olor de la muerte. Fue una experiencia desastrosa e inolvidable, las clases en el anfiteatro eran como de película, el olor, el frío en ese espacio era más intenso que en cualquier otro lugar que yo conociera de la fría capital de Colombia; los docentes tenían una “temperatura” emocional acorde con las circunstancias de ciencia y muerte del momento, creo que me salvó del congelamiento el calor de mi origen caribeño.

Entonces, si no podía con la química, si lo aprendido en física y biología era solo para ganar los exámenes, y la anatomía y la fisiología habían sido un tormento, yo no tuve conceptos claros para entender científicamente la muerte, eso de la transformación de la materia, la parada del mecanismo, etc., no me quedaron claros, entonces no comprendí cómo era posible que un cuerpo lleno de energía ya no dijera nada más y no hiciera nada más, era raro.

No entender el mecanismo era una limitante, pero podía tener otras formas de aclarar el asunto. Me quedaba la alternativa religiosa, pero me resultó más enredada, no sé bien cómo puede ser mi vida eterna, si bien la de Jesús y la de Dios no me despeinan que son de otra condición, no me atrevo a decir naturaleza sin sentir que implícitamente apoyo una idea extra-terrestre de Dios negando su origen divino, no puedo dilucidar mi propia trascendencia y creo que tampoco la de otros, me he estado preguntando ¿por qué si vamos a llegar a la vida eterna, tenemos que pasar por la vida física?, como no encuentro respuestas, no sigo preguntando.

Sin embargo hace poco escuché una historia increíble, literalmente increíble, una señora que merece mi credibilidad y respeto, y que no tenía ningún interés en mentirme, me contó el siguiente relato: hace unos veinte años conoció a una persona que le solicitó un servicio en su lugar de trabajo, la Sra. identificó conocidos y parientes en común y decidió ayudarlo, acordaron comunicarse nuevamente; el Sr. no respondió al teléfono que dio y no volvió al lugar de trabajo de quien me cuenta la historia, al cabo de una semana ella se acercó a una de las personas que tenían en común y le manifestó que estaba esperando al Sr. para darle solución a su inquietud, el conocido común se sorprendió y la trató de loca, le manifestó que el Sr. estaba muerto. Ja, ja, ¿qué tal eso?, parece de no creer o de personas inmaduras, pero no lo es, la Sra. describió al hombre muerto y coincidía, no sólo con sus rasgos físicos, sino con la ropa que llevaba puesta para entrar a su féretro, pues sí, lo vio con la ropa que tenía en su último lecho. No es todo, ella fue increpada a dar pruebas de esto y entregó el papel en el que el difunto había escrito su nombre, teléfono y dirección, era su letra y su casa en el momento de morir (a la fecha del encuentro ya la habían vendido y la viuda se había mudado recientemente).

Esa historia no se escucha todos los días de su protagonista y menos si quien lo vivió es una persona seria y madura.

La muerte no me da miedo, pero sí me sorprende, no la comprendo bien, he tenido que despedir a personas que quiero mucho, y con todas puedo identificar situaciones especiales antes de su muerte, cuando murió mi abuela materna lo supe al pasar por su verja, sólo lo supe, no puedo explicarlo; dos grandes amigos hombres murieron en diferentes momentos y circunstancias y ambos llegaron a mí a despedirse sin siquiera tener idea de que iban a morir, fue una última conversación que contenía mensajes concluyentes sobre nuestra amistad y sobre mi vida, atesoro esos mensajes en mis recuerdos, los repaso con frecuencia.

Tengo que decir que he vivido otras despedidas de las que no he recibido nada distinto del vacío del adiós, por eso me confundo más, es como si el momento de morir no fuese siempre mágico, me deja sin posibilidades de generalizar para teorizar, me pone a dudar… ¿será que aquello no era, o esto sí?, ni idea.

Luego de haber iniciado este texto corto murió mi perro, y pasamos muchos dolores entre mi familia y yo que me alejaron del asunto, fue bastante triste verle enfermo, su ausencia no logro explicarla aún, debe ser que no me alcanzan las operaciones concretas para  captar algo tan abstracto como la muerte; Silvio Rodríguez se hizo buenas preguntas ¿a dónde van…?, yo no lo sé, nadie me lo dijo aún, parece que mueren mis neuronas y acaba todo, pero recuerden que ya les conté de aquel hombre que regresó a terminar unos asuntos, que por cierto tenían que ver con lo que dejó pendiente para su hija antes de morir: si había pasado en la universidad.

Muchas veces he pensado en mi muerte y temo que lo bueno que creo de ella, que es un buen descanso de tanto corre corre, no se cumpla y me toque seguir corriendo de aquí para allá en la “vida eterna”, y ya para siempre, qué miedo mantener asuntos pendientes “acá” y tener que venir a solucionarlos y recibir nuevos asuntos “allá” para enfrentar el nuevo estado.