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martes, 26 de julio de 2011

MIEDOS

Al miedo le reconozco muchas caras, lo he visto disfrazado con mil perfiles, a veces logra engañarme, yo solo he podido engañarlo cuando lo descubro en otras personas.

Durante los años iniciales de la vida el miedo se experimenta a partir de amenazas “tangibles”, la fantasía de niñas y niños y su pensamiento concreto no les permite saber que el “coco” no existe, lo imaginan y lo pre-sienten, tal vez algunas veces alcanzan a sentirlo; por otro lado el enojo de quienes les cuidan es tan real como doloroso y tan amenazante que paraliza a un pequeño cuerpecito.

Cuando vamos creciendo estos miedos que fueron tan vívidos, tan reales y tan externos como lo permitía nuestra inocencia, se convierten en pesadillas interiores, en auto-saboteos.

Los miedos, como las identidades, se van introyectando y se van instalando en nuestra mente, de tal forma que arrancarlos requiere esfuerzos especiales más allá de la buena voluntad. Nuestro miedo a que otro nos deje no es otra cosa que el miedo a nuestro profundo abandono emocional, a nuestra insondable soledad; el miedo a las relaciones de pareja es el miedo que se puede sentir sobre las carencias que creemos tener, como la capacidad para comprometernos, a tener a otra persona en cuenta; el miedo a los cambios sólo denota la incapacidad para sentirnos seguros fuera de unos límites más que conocidos, entonces quien es tan seguro en unos límites tendrá temores de dejar su piso, no por el cambio mismo, sino por sus limitaciones para enfrentarlo.

Yo lo he visto con cara de valor en personas que son tan osadas y atrevidas que resultan imprudentes y temerarias; lo he visto disfrazado de dureza, pero debajo de la armadura siempre le encuentro asustando a quien la porta; a veces se ve complaciente cuando amenaza con la soledad y el rechazo a su víctima. En algunas caras del miedo he visto arrogancia, escondiendo las mil flaquezas conocidas; he visto agresiones ocultando las agresiones ya recibidas y todo el miedo y el dolor que causaron; he visto caras abominables del miedo que han sembrado de dolor a la humanidad.

También he visto miedos disfrazados de respuestas estéticas y muchas artísticas; algunas se escondieron detrás de exitosas producciones empresariales; de responsables maternidades y paternidades, llenas de amor y disciplina; algunos miedos sociales se vistieron de rigor científico que hoy por hoy disfrutamos y sufrimos como especie.

No me las sé todas, pero el miedo no me engaña. Sé que se esconde por ahí como motor de mil actitudes, muchas veces no le identifico, pero a veces lo descubro, otras veces sólo puedo presentirlo. Les quedo debiendo mi miedo a la oscuridad, al dolor físico y a los animales, sobre todo a los pájaros, así tengo motivos para volver.

lunes, 18 de julio de 2011

TENGO...

Pensaba por estos días en las amistades que ahora tengo, no pude evitar sentir que en ejercicio de comparación y contraste, me resultarían sustancialmente diferentes de otras que experimenté antes, pero tan extraño, pronto me di cuenta que esas de antes también me resultaron diferentes de las de mucho antes; entonces me percaté de la evolución de mis relaciones de amistad, pensé que valdría la pena dedicarle un tiempo a esto.

Yo puedo recordar muchas de las personas que me acompañaban en mis años de pre-escolar, tal vez no los de pre-jardín, sólo tenía tres años, pero sí los de jardín y transición (antes preparatoria), pero no puedo recordar que esas personas fuesen mis amigas, de hecho lo que recuerdo más bien es la crueldad de los juegos, tan propia de estas edades, y a mis profesoras Ayda e Imelda, mágicas las dos. Mi primera noción de amistad la ubico cuando cursaba segundo de primaria, ella era una niña flaca, desgarbada y con dificultades para mantenerse en una sola actividad, no obstante era buena conmigo, hablábamos mucho (pero ahora no me recuerda), ella me presentó (así como lo digo, como si fuera una adulta) a una niña pequeña de estatura, pero un año mayor que yo, y me dijo “cuídala mucho”, eso hice, a la postre ella sería mi gran amiga por años, aún nos une un cariño muy especial, pero nos vemos de forma casual.

Las amistades de la secundaria fueron compinches de amores platónicos, críticas de moda, organizadoras de eventos y pañuelos de lágrimas cuando sufrí algún dolor, desde entonces recuerdo una constante en mis relaciones de amistad, muchas más personas confiaban en mí, pero yo no podía confiar en todas ellas, eran demasiadas. Recuerdo con especial cariño a algunas compañeras del colegio, tuve el privilegio de ser amiga de muchas, y por mi condición de alumna sobresaliente y aplicada podía apoyar a muchas en sus travesuras sin que me involucraran en ellas a la hora de recibir castigos y sanciones escolares. Recuerdo tardes de cocina, noches de largas conversaciones, cumpleaños llenos de carcajadas; qué buenos momentos, hasta un léxico particular en clave usábamos para comunicarnos. A todas las abandoné cuando salí de mi ciudad natal a estudiar en la universidad, lo peor fue que no encontré amistades como esas nunca jamás, porque no tuve esas edades nunca jamás.

La capital del país era monumental para una joven de 16 años con la misión de terminar una carrera universitaria, yo llevé a mis amigos, pero no me duraron mucho tiempo, cada uno tomó su camino, y no tuve la fortuna de empacar una mujer solidaria en esa maleta, los chicos rápidamente olvidaron la solidaridad y se aventuraron a explorar nuevos rumbos. Me hallé frente a mis retos, las nuevas amistades llegaron, pero no se consolidaron, en el FB tengo tres contactos de esa época, por quienes siento mucho aprecio, tenemos vidas muy diversas pero me inspiran un gran afecto y buenos recuerdos. Esas personas en particular me ayudaron en circunstancias específicas y diferentes para cada una, a ser más yo, a construir partes importantes de mi vida, conocí diferentes caras de mi país, tuve mi primera experiencia laboral, hice trabajos de largas horas y me desafié a mí misma para lograrlo, la gente costeña en la montaña sigue siendo gente costeña y esas amistades me ayudaron a encajar, gracias.

El regreso a mi tierra bella estuvo marcado por la soledad y el re-encuentro con la familia y las viejas amistades, a pesar del recibimiento ya no había espacio para la complicidad, ahora las relaciones laborales abrieron otro capítulo a la amistad. Han pasado años y hay lugares de privilegio en mi corazón para las personas que me recibieron en ese entorno laboral, afortunadamente los entornos laborales se sumaron y crecieron las amistades. Hoy puedo identificar con claridad que tengo la misma condición: muchas personas pueden confiar en mí, gracias por ello.

Hoy las amistades son diferentes, no tengo que salir a pasear, no tengo que pasar una tarde cocinando con las chicas, pero mis amigas están al alcance de una llamada (que muchas veces no hago) o a la distancia de un mensaje electrónico (que a veces no escribo), en justicia tengo que reconocer que he tenido grandes amigas, algunos buenos amigos, pero que de un tiempo a esta parte cuento con el privilegio de identificar personas en las que puedo confiar ahora y que he conocido a lo largo de toda mi vida. Lo bueno de este momento es que sé que no es necesario haber hablado cinco veces en la última semana, puedo aparecer luego de muchos meses y reanudar la conversación sin mayores reparos.

Los bordes de mis amistades ahora son curiosos, tengo un amigo con quien duermo cada noche y no permite que la oscuridad me asuste; tengo una amiga con quien jugué todos los juegos, y aun planeo jugar muchos más, tal vez este 31 de octubre seamos las “brujillizas”; tengo dos amigas geniales que son como mis hermanas, aunque son mis primas; tengo la amiga sin condiciones que me enseño casi todo lo básico en la vida: a comer, a hablar, a caminar, a amar; tengo una amiga que me dio de su comida cuando la mía faltó; tengo una amiga que me dio sostén psicológico profesional cuando mi “brujilliza” me lo ordenó; tengo amigas que me escuchan cuando yo lo necesito; tengo amigas que ahora me leen con mucha paciencia; tengo una amiga que puede enviarme algo que ella escribe para que le ayude con la sintaxis; tengo amigas que me quieren sin censura, que me dan ánimo cuando se necesita; tengo un par de amigos que ahora saben cómo es la muerte, aunque aún no han venido a decirme qué encontraron por allá . Qué privilegio tener tantas amigas y algunos amigos, gracias por dejar que yo diga que les TENGO.

domingo, 10 de julio de 2011

YO TAMBIÉN ME HURGO LA NARIZ

“Por gente como tu es que este país está así”, de manera furiosa me gritó la señora que parqueando su carro sobre el andén me obstruyó el paso, sin reparos le reclamé y ella me dijo lo que ya saben, eso me hizo sentir más enojada, no porque yo sea un ramo de virtudes, sino por lo incoherente de la mujer, ¡ella me agrede con su automóvil, me obstaculiza el paso, se parquea en zona peatonal, y yo soy la mala ciudadana!

No crean que voy a hablar de otras personas, esto se trata de mí, desde hace bastante tiempo, en diferentes ocasiones, casi siempre en un salón de clases, he afirmado que para mí es un reto diario, como el de un adicto, ser coherente, y es que lograrlo se me hace tan difícil como necesario. Poder actuar de manera consonante o armónica con lo que siento y pienso es una tareota.

Casi siempre los seres humanos experimentamos algún tipo de disonancia (incoherencia entre la acción-emoción-pensamiento) que nos produce un nivel de malestar, que puede ir desde una ligera incomodidad a una verdadera dificultad, es esa desagradable sensación que puede sobre-cogernos cuando nos sentimos insatisfechos con lo que hacemos diariamente (pero lo seguimos haciendo), o la sensación de frustración que puede embargarnos cuando hacemos algo que ya habíamos resuelto no volver a hacer.

Ser coherente me permite estar más tranquila conmigo misma,sin embargo en la tarea que me propongo no siempre puedo separar lo cognitivo de lo afectivo, y ahí se complica la cosa, a veces siento tanto enojo que se vuelve contra mí una idea muy lógica, a la mujer del carro habría podido decirle mil cosas, dejándome llevar por mis sentimientos, afortunadamente controlé mis impulsos, le dije alguna cosa airada y decente y seguí caminando. Pero no siempre lo logro, a veces me descubro empujando un poco más brusco de lo necesario a alguien en las difíciles caminatas en el hervidero de gente y calor que es el centro de la ciudad a medio día; también puedo ser extremadamente dura con alguien que quiera venderme algo que yo no quiero comprar; nada más ayer de una sola halada casi suelto los hilos de la camiseta de mi hijo porque él no hacía lo que yo le había pedido ya varias veces. Pero eso sí... asumo que soy muy correcta, así como lo pudo asumir un defensor de derechos humanos que golpeó a su familia, o un funcionario público que condujo embriagado, o una empleada eficiente que tomó “prestado” un dinero de la caja menor en su trabajo.

No me da pena confesar que más que mi moral, me preocupa mi coherencia, es que antes entendí de un señor muy cercano, que tener un código de ética a prueba de balas, que garantice un comportamiento moral intachable en la vida pública, no te garantiza hacerlo en la vida privada, cuando no nos ven solemos hurgarnos la nariz y hacer lo que hacen los demás, cuando nos ven podemos ser muy correctos, pero cuando no nos ven, o cuando creemos que no nos ven algunas personas, sale el "coco" de la incoherencia, y somos capaces de gritar, de mentir, de maltratar y de hurgarnos la nariz, aunque no nos robemos nada de nadie, ni las ideas.

Si logro hacer mejor el ejercicio de ser coherente tendría que decir menos mentiras, sería más confiable, tomaría decisiones con menos inquietudes, podría ser ejemplo para más personas, podría tener mayor autoridad para hacer solicitudes o reclamos, seguro me sentiría más satisfecha cada día en el balance de la almohada, y no halaría la camiseta de mi hijo cuando no hace lo que le pido.

lunes, 4 de julio de 2011

“YA SON LAS 7:30, PARA ADENTRO”

Ya lo dijo Skinner, el miedo se aprende, Alejandra Pizarnick y María Mercedes Carranza me ayudaron a nombrarlo de forma más lírica, yo no sé si ellas lograrían “exorcizar” el suyo, pero me ayudaron a ventilar el mío.

“Ya son las 7:30, para adentro”, esa frase y unas luces de automóvil, en la esquina eran el detonador de mi miedo, como en cualquier aprendizaje, este "swtich" aparecía antes de que estuviera en peligro, y bueno… seguro era útil para ponerme a salvo. ¡Era terror!, podía meterme a la cama y hacerme la dormida para evitarlo. Entonces tuve miedo de casi todo, aprendí que lo aprendido se generaliza a partir de la sensación que sobre mí experimentaba, el miedo podía hacerme sentir frágil, vulnerable, equivocada, en peligro y culpable (obvio, si yo causaba tal enojo, yo debía tener la culpa de algo).

Algunas cosas aún me dan miedo, las aves y muchos más animales, no todos, pero sobre todo las aves (otro día les cuento porqué),la oscuridad (en ocasiones siento lo mismo que entonces), el dolor físico…, qué raro, no encuentro con qué continuar la lista. Pero sí me da rabia que a algunas personas al tratar de convencer a niños y niñas les oigo decir: “te llamo al coco, viene la bruja”, el miedo no construye, destruye. Son incontables los niños y niñas que ahora tienen miedo de quienes les cuidan, y terminan convirtiendo ese miedo en fragilidad, culpa, auto-reproches, y una gran confusión, imagina que quien te debe cuidar te hace saber constantemente que tus acciones son incorrectas, que estás en peligro y que estás tan equivocada que mereces castigos y espantos.

Si no se puede amar con paciencia, no se puede amar.