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lunes, 18 de julio de 2011

TENGO...

Pensaba por estos días en las amistades que ahora tengo, no pude evitar sentir que en ejercicio de comparación y contraste, me resultarían sustancialmente diferentes de otras que experimenté antes, pero tan extraño, pronto me di cuenta que esas de antes también me resultaron diferentes de las de mucho antes; entonces me percaté de la evolución de mis relaciones de amistad, pensé que valdría la pena dedicarle un tiempo a esto.

Yo puedo recordar muchas de las personas que me acompañaban en mis años de pre-escolar, tal vez no los de pre-jardín, sólo tenía tres años, pero sí los de jardín y transición (antes preparatoria), pero no puedo recordar que esas personas fuesen mis amigas, de hecho lo que recuerdo más bien es la crueldad de los juegos, tan propia de estas edades, y a mis profesoras Ayda e Imelda, mágicas las dos. Mi primera noción de amistad la ubico cuando cursaba segundo de primaria, ella era una niña flaca, desgarbada y con dificultades para mantenerse en una sola actividad, no obstante era buena conmigo, hablábamos mucho (pero ahora no me recuerda), ella me presentó (así como lo digo, como si fuera una adulta) a una niña pequeña de estatura, pero un año mayor que yo, y me dijo “cuídala mucho”, eso hice, a la postre ella sería mi gran amiga por años, aún nos une un cariño muy especial, pero nos vemos de forma casual.

Las amistades de la secundaria fueron compinches de amores platónicos, críticas de moda, organizadoras de eventos y pañuelos de lágrimas cuando sufrí algún dolor, desde entonces recuerdo una constante en mis relaciones de amistad, muchas más personas confiaban en mí, pero yo no podía confiar en todas ellas, eran demasiadas. Recuerdo con especial cariño a algunas compañeras del colegio, tuve el privilegio de ser amiga de muchas, y por mi condición de alumna sobresaliente y aplicada podía apoyar a muchas en sus travesuras sin que me involucraran en ellas a la hora de recibir castigos y sanciones escolares. Recuerdo tardes de cocina, noches de largas conversaciones, cumpleaños llenos de carcajadas; qué buenos momentos, hasta un léxico particular en clave usábamos para comunicarnos. A todas las abandoné cuando salí de mi ciudad natal a estudiar en la universidad, lo peor fue que no encontré amistades como esas nunca jamás, porque no tuve esas edades nunca jamás.

La capital del país era monumental para una joven de 16 años con la misión de terminar una carrera universitaria, yo llevé a mis amigos, pero no me duraron mucho tiempo, cada uno tomó su camino, y no tuve la fortuna de empacar una mujer solidaria en esa maleta, los chicos rápidamente olvidaron la solidaridad y se aventuraron a explorar nuevos rumbos. Me hallé frente a mis retos, las nuevas amistades llegaron, pero no se consolidaron, en el FB tengo tres contactos de esa época, por quienes siento mucho aprecio, tenemos vidas muy diversas pero me inspiran un gran afecto y buenos recuerdos. Esas personas en particular me ayudaron en circunstancias específicas y diferentes para cada una, a ser más yo, a construir partes importantes de mi vida, conocí diferentes caras de mi país, tuve mi primera experiencia laboral, hice trabajos de largas horas y me desafié a mí misma para lograrlo, la gente costeña en la montaña sigue siendo gente costeña y esas amistades me ayudaron a encajar, gracias.

El regreso a mi tierra bella estuvo marcado por la soledad y el re-encuentro con la familia y las viejas amistades, a pesar del recibimiento ya no había espacio para la complicidad, ahora las relaciones laborales abrieron otro capítulo a la amistad. Han pasado años y hay lugares de privilegio en mi corazón para las personas que me recibieron en ese entorno laboral, afortunadamente los entornos laborales se sumaron y crecieron las amistades. Hoy puedo identificar con claridad que tengo la misma condición: muchas personas pueden confiar en mí, gracias por ello.

Hoy las amistades son diferentes, no tengo que salir a pasear, no tengo que pasar una tarde cocinando con las chicas, pero mis amigas están al alcance de una llamada (que muchas veces no hago) o a la distancia de un mensaje electrónico (que a veces no escribo), en justicia tengo que reconocer que he tenido grandes amigas, algunos buenos amigos, pero que de un tiempo a esta parte cuento con el privilegio de identificar personas en las que puedo confiar ahora y que he conocido a lo largo de toda mi vida. Lo bueno de este momento es que sé que no es necesario haber hablado cinco veces en la última semana, puedo aparecer luego de muchos meses y reanudar la conversación sin mayores reparos.

Los bordes de mis amistades ahora son curiosos, tengo un amigo con quien duermo cada noche y no permite que la oscuridad me asuste; tengo una amiga con quien jugué todos los juegos, y aun planeo jugar muchos más, tal vez este 31 de octubre seamos las “brujillizas”; tengo dos amigas geniales que son como mis hermanas, aunque son mis primas; tengo la amiga sin condiciones que me enseño casi todo lo básico en la vida: a comer, a hablar, a caminar, a amar; tengo una amiga que me dio de su comida cuando la mía faltó; tengo una amiga que me dio sostén psicológico profesional cuando mi “brujilliza” me lo ordenó; tengo amigas que me escuchan cuando yo lo necesito; tengo amigas que ahora me leen con mucha paciencia; tengo una amiga que puede enviarme algo que ella escribe para que le ayude con la sintaxis; tengo amigas que me quieren sin censura, que me dan ánimo cuando se necesita; tengo un par de amigos que ahora saben cómo es la muerte, aunque aún no han venido a decirme qué encontraron por allá . Qué privilegio tener tantas amigas y algunos amigos, gracias por dejar que yo diga que les TENGO.

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