Al miedo le reconozco muchas caras, lo he visto disfrazado con mil perfiles, a veces logra engañarme, yo solo he podido engañarlo cuando lo descubro en otras personas.
Durante los años iniciales de la vida el miedo se experimenta a partir de amenazas “tangibles”, la fantasía de niñas y niños y su pensamiento concreto no les permite saber que el “coco” no existe, lo imaginan y lo pre-sienten, tal vez algunas veces alcanzan a sentirlo; por otro lado el enojo de quienes les cuidan es tan real como doloroso y tan amenazante que paraliza a un pequeño cuerpecito.
Cuando vamos creciendo estos miedos que fueron tan vívidos, tan reales y tan externos como lo permitía nuestra inocencia, se convierten en pesadillas interiores, en auto-saboteos.
Los miedos, como las identidades, se van introyectando y se van instalando en nuestra mente, de tal forma que arrancarlos requiere esfuerzos especiales más allá de la buena voluntad. Nuestro miedo a que otro nos deje no es otra cosa que el miedo a nuestro profundo abandono emocional, a nuestra insondable soledad; el miedo a las relaciones de pareja es el miedo que se puede sentir sobre las carencias que creemos tener, como la capacidad para comprometernos, a tener a otra persona en cuenta; el miedo a los cambios sólo denota la incapacidad para sentirnos seguros fuera de unos límites más que conocidos, entonces quien es tan seguro en unos límites tendrá temores de dejar su piso, no por el cambio mismo, sino por sus limitaciones para enfrentarlo.
Yo lo he visto con cara de valor en personas que son tan osadas y atrevidas que resultan imprudentes y temerarias; lo he visto disfrazado de dureza, pero debajo de la armadura siempre le encuentro asustando a quien la porta; a veces se ve complaciente cuando amenaza con la soledad y el rechazo a su víctima. En algunas caras del miedo he visto arrogancia, escondiendo las mil flaquezas conocidas; he visto agresiones ocultando las agresiones ya recibidas y todo el miedo y el dolor que causaron; he visto caras abominables del miedo que han sembrado de dolor a la humanidad.
También he visto miedos disfrazados de respuestas estéticas y muchas artísticas; algunas se escondieron detrás de exitosas producciones empresariales; de responsables maternidades y paternidades, llenas de amor y disciplina; algunos miedos sociales se vistieron de rigor científico que hoy por hoy disfrutamos y sufrimos como especie.
No me las sé todas, pero el miedo no me engaña. Sé que se esconde por ahí como motor de mil actitudes, muchas veces no le identifico, pero a veces lo descubro, otras veces sólo puedo presentirlo. Les quedo debiendo mi miedo a la oscuridad, al dolor físico y a los animales, sobre todo a los pájaros, así tengo motivos para volver.

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